Esta entrada la escribí hace casi un año. Hasta hoy no he tenido el valor de compartirla, porque dolía demasiado. Sin embargo en las últimas semanas, necesito hablar de todo esto. Necesito escribir de mi día a día como he hecho siempre y de las cosas que me influyen en mi trabajo y en mi forma de educar y de querer.
Seguramente a día de hoy, hubiera explicado todo de otra manera, pero no quiero modificar un texto que lleva como borrador tanto tiempo y que creo que expresa muy bien mi sentir de entonces.
Querría dedicar esta entrada a dos personas a las que he conocido gracias a este blog y que han vivido circunstancias similares casi de forma simultánea.
Hay estadísticas que te resbalan, otras en las que ni siquiera sabes que estás, y otras de más allá que te aterran y en las que no querrías estar por nada del mundo, como las que te recuerdan los muertos en carretera cada año o las probabilidades de morir por cáncer.
Lamentablemente en estos últimos días he pasado a cumplir esa estadística que dice que la mitad de los matrimonios que se formalizan acaban en separación. Nunca pensé que yo entraría en ésa. Ni por mi forma de pensar, ni de ser, ni de querer. Pero las parejas están formadas por dos personas y muy a nuestro pesar, las cosas no siempre salen como uno quiere. No entraré en detalles de ningún tipo, pues no es mi interés airear circunstancias que pertenecen en exclusividad a mi vida íntima y personal. Aunque sí os diré que en este momento la única cosa que me importa, por encima de todo lo demás, es el bienestar de mis hijas. Y sólo deseo, ya que no he podido contra la perversa estadística anterior, saber ponerme y ponerlas a resguardo de todas aquellas estadísticas que hablan de los problemas (psicológicos, educativos, etc) de los hijos de separados.
Espero que me sepáis disculpar la tristeza.