Tanabata

HACE mucho, mucho tiempo, en algún lugar vivía un joven que un día volviendo del trabajo encontró una tela en el camino, la tela más bella que jamás había visto. «¡Qué tela tan bella!», dijo impresionado y la metió en su canasta.
En ese momento alguien lo llamó, y al voltear se sorprendió mucho al ver aparecer a una mujer muy bonita quien le dijo: «Me llamo Tanabata. Por favor devuélveme mi ‘hagoromo’.»
El joven le preguntó: «¿Hagoromo? ¿Qué es un hagoromo?»
La mujer le contestó: «Hagoromo es una tela que uso para volar. Vivo en el cielo. No soy humana. Descendí para jugar en aquella laguna, pero sin mi «hagoromo» no podré regresar. Por eso le pido que me la devuelva.
El joven avergonzado no pudo decir que él la había ocultado y le dijo: «¡Yo no sé de qué me hablas!»
Tanabata no pudo volver al cielo y no tuvo más remedio que quedarse en la tierra.
Con el tiempo ambos se hicieron muy amigos y posteriormente se casaron.
Después de unos años, Tanabata, cuando hacía la limpieza de la casa, encontró el hagoromo. Sorprendida se dirigió a su marido y le dijo: «¡Ah! Tú fuiste el que tomó mi hagoromo. Ahora que ya la he encontrado tengo que regresar al cielo. Si tú me amas, haz mil pares de sandalias de paja y entiérralas en torno a un bambú. Si lo haces podremos vernos nuevamente. Házlo por favor. Te estaré esperando.»
Diciendo estas palabras Tanabata subió al cielo.
El joven se quedó muy triste y empezó a hacer las sandalias de paja que Tanabata le había mencionado y así poder verla.
Un día hizo mil pares de sandalias de paja y las enterró en torno a un bambú.
En ese momento el bambú se alargó muy alto hasta el cielo.
El joven se sorprendió mucho y dijo: ¡Ah, Treparé el bambú y podré ver a Tanabata!». Y así lo hizo, subió y subió y llegó a la punta del bambú pero éste no llegaba al cielo. Le faltaba sólo un poco para llegar.
En realidad le faltaba un par de sandalias para completar el millar.
El joven dijo: «Me falta sólo un poco para alcanzar el cielo» y exclamó «¡Tanabata! ¡Tanabata!»
Su voz alcanzó a Tanabata quien se puso muy contenta y enseguida extendió su brazo y lo alzó.
Ellos muy felices se tomaron de las manos.
En ese momento apareció el padre de Tanabata quien le preguntó: «¿Quién es ese hombre?»
Tanabata le contestó: «Este es mi esposo.»
El joven dijo: «Mucho gusto.»
Al padre no le gustaba que Tanabata se haya casado con un humano y preguntó al joven: «¿Que trabajo tiene?»
El joven le contestó: «Soy labrador.»
El padre dijo: «Bueno durante tres días cuida mis tierras.»
«Sí. Entendido.», respondió el joven.
Tanabata le dijo a su marido que su padre le estaba haciendo una trampa y que aunque tuviese sed no comiese ninguna fruta pues le ocurriría algo malo.»
El joven se puso a cuidar las tierras. Pasaron los días y empezó a tener mucha sed. «Tengo mucha sed. Ya no puedo aguantar. Sólo un poco…..»
En eso, las manos del joven se dirigían a la fruta inconcientemente. La tocó y de ella empezó a salir mucha agua, convirtiéndose en un río, el «Amanogawa».
El joven y Tanabata quedaron separados por Amanogawa y ambos se convirtieron en estrellas, las estrellas Vega y Altaír.
Desde entonces, la pareja con el permiso del padre, puede encontrarse sólo un día al año, el siete de julio.
Ambas estrellas aún brillan en el cielo.
La tortuga del pescador Urashima y su visita al fondo del mar

TENER mala memoria y no pensar en las consecuencias de tus acciones te puede traer muchos problemas. Problemas como los que le pasaron a Urashima, un pescador japonés.
Hace muchos y muchos años, vivía Urashima en una isla del Japón. Era el único hijo de un matrimonio de pescadores muy pobres cuyas únicas pertenencias eran una red, una pequeña barca y una casita cerca de la playa. Pese a ser tan pobres, los padres de Urashima querían mucho a su hijo, un muchacho sencillo y muy bueno.
Un día, cuando Urashima volvía de pescar vió como unos niños estaban pegando a una enorme tortuga. En ese momento Urashima se enfadó muchísimo y fue hacía los críos para reprenderlos y salvar la tortuga. Cuando acabó de hablar con los niños y estos se fueron cabizbajos, cogió la tortuga y la llevó al mar. Cuando vió que la tortuga reaccionaba al contacto con el agua y se podía mover y nadar, regreó a casa la mar de conteto.
Al cabo de un tiempo, Urashima se fue a pescar. Todo estaba tranquilo en el mar y Urasima tiraba al agua y recogía su red con entusiasmo. Una de las veces, al subir la red vio que estaba la tortuga que el había echado al mar unos días antes. Ésta le dijo: «Urashima, el gran señor de los mares se ha maravillado con la buena acción que hiciste conmigo, y me ha enviado para que te conduzca a su palacio. Además te quiere dar la mano de su hija, la hermosa princesa Otohime». Urashima accedió gustoso y juntos se fueron mar adentro, hasta que llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro; el suelo estaba cubierto de perlas y grandes árboles de coral daban sombra en los jardines; sus hojas eran de nácar y sus frutos de las más bellas pedrería.
Urashima se casó con Otohime, la hija del rey del mar, y pasaron una semana de una felicidad completa. Pero al cabo de esos días, Urashima pensó que sus padre debían de estar preocupados por él, y decidió subir a la superficie para decirles que se encontraba bien y que se había casado. Otohime comprendió a su marido, y dio un pequeña caja de laca atada con un cordón de seda. Cuando se la dio, le dijo que si quería volver a verla no la abriera.
Cuando Urashima llegó al pueblo, todo había cambiado, ya no reconocía ni las casas ni a las personas. Y cuando buscó la casita de sus padres sólo vio un gran edificio en el que nadie sabía nada de unos ancianos. Finalmente, un señor viajo, viendo la desesperación de Urashima empezó a recordar y le explicó que no lo recordaba muy bien, porque había pasado mucho tiempo atrás, pero que recordaba a su madre explicarle la desdichada suerte de un par de ancianitos cuyo único hijo salió a pescar y no regresó jamás. Urashima empezó a comprender: mientras vivió en la ciudad del mar había perdido la noción del tiempo. Lo que le habían parecido sólo unos cuantos días habían sido más de cien años.
Se dirigió a la playa, y sin saber que hacer abrió la caja que le había dado su mujer. Al instante un viento frío salió de la caja y envolvió a Urashima. Éste recordó lo que le había dicho su mujer pero de pronto se sintió muy cansado, sus cabellos se volvieron blancos y cayó al suelo. Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos a bañarse, vieron tendido en la arena a un anciano sin vida. Era Urashima que había muerto de viejo.
Momotaro

¿QUÉ crees que le puede pasar a un niño que salga de un melocotón? ¿Y si tiene como amigos a un perro, un mono y un faisán? Pues miles de aventuras, seguro. ¿Quieres conocerlas?
Hace mucho, mucho tiempo, en algún lugar de Japón vivía una pareja de ancianos.
Un día el anciano salió a la montaña a recoger leña mientras que la ancianita fue al río para lavar ropa. De repente, la ancianita vió que un enorme melocotón bajaba por el río, aguas abajo. Ella lo recogió y se lo llevó a casa.
El anciano al llegar a casa se sorprendió al ver tan enorme melocotón y dijo: «¡Qué melocotón tan grande!, ¿lo cortamos? y la anciana contestó: «¡Sí, vamos a cortarlo!» Pero antes de cortarlo, el melocotón empezó a moverse y de su interior salió un niño.
Los ancianos se sorprendieron al ver a un niño salir de aquel enorme melocotón, pero también se alegraron porque como no tenían hijos, ese niño se convertiría en su único hijo. «¡Lo llamaremos Momotaro! porque nació de un «momo», dijo la anciana.
Momotaro comía mucho y creció fuerte y robusto. Nadie podía rivalizar con él. Era bueno y ayudaba a sus padres en todo lo que le pedían, pero había algo que preocupaba a los ancianos: Momotarono aún no había pronunciado ni una sola palabra.
Por aquella época, unos demonios estaban causando alboroto y cometiendo fechorías por todo el pueblo, y Momotaro se indignaba y pensaba que: «¡Esta situación no lo puedo tolerar!».
Un día, de repente comenzó a hablar y dijo a sus padres: «¡Voy a castigar a los demonios! Me tenéis que ayudar a preparar mis cosas para salir a buscarlos.» Los ancianos se quedaron sorprendidos al escuchar por primera vez la voz de Momotaro. Así que ayudaron a su hijo y le dieron ropas nuevas y «kibi dango» para que pudiera comer durante el viaje.
Momotaro partió hacia la isla de los demonios. Los ancianos rezaban para que su hijo se encontrara sano y salvo.
Momotoro se encontró en el camino con un perro. El perro le dijo: «¡Oye! Dame un «kibi dango» por favor. Si me lo das te ayudaré en lo que sea». Momotaro le entregó un «kibi dango» y empezaron a caminar juntos.
Poco después se encontraron con un mono, el cual pidió a Momotaro lo mismo que el perro. Momotaro cogió un «kibi dango» y se lo entregó, y los tres empezaron la marcha nuevamente.
En el camino a la isla del demonio, encontraron a un faisán, el cual pidió lo mismo que los anteriores y se unió al grupo.
Pasaron unos días y llegaron por fin a la «isla de los demonios». El faisán realizó un vuelo de reconocimiento y al volver dijo:»Ahora todos están tomando Sake». Momotaro pensó que era una buena ocasión y dijo:»Vamos».
Pero no podían entrar porque el portón estaba cerrado. En ese momento el mono saltó el portón y abrió la cerradura.
Los cuatro entraron a la vez y los demonios quedaron sorprendidos al verlos. El perro mordió a un demonio, el mono arañó a otro mientras que el faisán picoteaba a un tercero. Momotaro dio un cabezazo al jefe de los demonios y le dijo: «¡No hagási más cosas malas!». Los demonios contestaron: «¡Nunca más lo haremos!, ¡perdónanos!».
Momotaro los perdonó y recobró el tesoro robado, volviendo a casa sano y salvo con sus amigos y repartiendo las riquezas entre la gente del pueblo.
¿Por qué el búho solo sale de noche?

¿NUNCA os habéis preguntado por qué los búhos duermen de día y salen a cazar de noche? Pues este cuento os explica la razón de este comportamiento.
Hace mucho, mucho tiempo, había un búho que trabajaba de tintorero. Todos los pájaros acudían a él para que tiñera sus plumas de los colores más inverosímiles. El búho era tan bueno en su trabajo, que todos los pájaros estaban encantados con él. Todos excepto el cuervo, que estaba tan orgulloso de su plumaje blanco inmaculado que despreciaba su trabajo.
Pero un día, cansado de tanto blancor, el cuervo se acercó al búho y le dijo:
– Tiñe también mis plumas, pero de un color único, nunca visto en un ave.
El búho pensó mucho antes de decidir qué color usar y, finalmente, se decidió por el negro.
– Ahora tus plumas son de un color como no se ha visto antes en el cielo – dijo el búho después de haber terminado su trabajo.
Cuando el cuervo se dio cuenta de que sus plumas eran totalmente negras, como si estuviera cubierto de hollín de la cabeza a los pies, se enfadó muchísimo. Pero ya no podía hacer nada, así que se tuvo que resignar. Y a partir de entonces todos los cuervos son negros.
Pero aunque se resignaron, nunca perdonaron al búho. Cada vez que le ven, se le echan encima y, si pudieran, acabarían con él. Es por eso que los búhos decidieron dormir de día y salir a cazar de noche, cuando los cuervos están durmiendo y no corren peligro de ser atacados.
La montaña donde se abandonaban los ancianos

EN un pueblo de las montañas abandonan a los ancianos cuando cumplen sesenta años porque creen que ya no pueden se útiles. Pero un pobre campesino decide no hacerlo ¡Descubre el valor y la sabiduría de nuestros mayores con este cuento!
Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, una pequeña región montañosa dónde tenían la costumbre de abandonar a los ancianos al pie de un monte lejano. Creían que cuando se cumplían los sesenta años dejaban de ser útiles, por lo que no podían preocuparse más de ellos.
En una pequeña casa de un pueblecito perdido, había un campesino que acababa de cumplir los sesenta años. Durante todos estos años había cuidado la tierra, se había casado y había tenido un hijo. Después había enviudado y su hijo también se casó, dándole dos preciosos nietos. A su hijo le dio mucha pena, pero no podía desobedecer las estrictas órdenes que le había dado su señor. Así que se acercó a su padre y le dijo:
– Padre, los siento mucho, pero el señor de estas tierras nos ha ordenado que debemos llevar a la montaña todos los mayores de sesenta años.
– Tranquilo hijo, lo entiendo. Debes hacer lo que el señor diga -, contestó el anciano lleno de tristeza.
Así que el joven se cargó al viejo a la espalda, ya que a su padre ya le era difícil caminar por el bosque, e inició el viaje hacia las montañas. Mientras iban caminando, el joven se fijo que su padre dejaba caer pequeñas ramas que iba rompiendo. El joven creyó que quería marcar el camino para poder volver a casa pero cuando le preguntó, el anciano le dijo:
– No lo estoy haciendo para mi, hijo. Pero vamos a un lugar lejano y escondido, y sería un desastre que te desorientases y no pudieses volver. Así que he pensado que si iba dejando ramitas por el camino seguro que no te perderías.
Al oír estas palabras el joven se emocionó con la generosidad de su padre. Pero continuó caminando porqué no podía desobedecer al señor de esas tierras.
Cuando finalmente llegaron al pie de la montaña, el hijo, con el corazón hecho pedazos, dejó allí a su padre. Para volver decidió utilizar otra ruta, pero se hacía de noche y no conseguía encontrar el camino de vuelta. Así que retrocedió sobre sus pasos y cuando llegó junto a su padre le rogó que le indicara por dónde tenía que ir. Se volvió a cargar a su padre a la espalda y, siguiendo las indicaciones del anciano, empezó a cruzar el valle por el que habían venido.
Gracias a las ramitas rotas que el viejo había dejado por el camino, pudieron llegar a su casa. Toda la familia se puso muy contenta cuando vieron de nuevo al anciano. Entonces, el joven decidió esconderlo debajo los tablones del suelo de su cabaña para que nadie lo viese y no le obligasen a llevárselo otra vez.
El señor del país, que era bastante caprichoso, a veces pedía a sus súbditos que hiciesen cosas muy difíciles. Un día, reunió a todos los campesinos del pueblo y les dijo:
– Quiero que cada uno de vosotros me traiga una cuerda tejida con ceniza.
Todos los campesinos se quedaron muy preocupados. ¿Cómo podían tejer una cuerda con ceniza? ¡Era imposible! El joven campesino volvió a su casa y le pidió consejo a su padre, que continuaba escondido bajo los tablones.
– Mira -, le explicó el anciano-, lo que tienes que hacer es trenzar una cuerda apretando mucho los hilos. Luego debes quemarla hasta que solo queden cenizas.
El joven hizo lo que su padre le había aconsejado y llevó la cuerda de ceniza a su señor. Nadie más había conseguido cumplir con la difícil tarea. Así que el joven campesino recibió muchas felicitaciones y alabanzas de su señor.
Otro día, el señor volvió a convocar a los hombres de la aldea. Esta vez les ordenó a todos llevarle una concha atravesada por un hilo. El joven campesino se volvió a desesperar. ¡No sabía cómo se podía atravesar una concha! Así que, cuando llegó a casa, volvió a preguntar a su padre lo que debía hacer y éste le contestó:
– Coge una concha y orienta su punta hacia la luz- explicó el anciano-. Después coge un hilo y engánchale un grano de arroz. Entonces dale el grano de arroz a una hormiga y haz que camine sobre la superficie de la concha. Así conseguirás que el hilo pase de un lado al otro de la concha.
El hijo siguió las instrucciones de su padre y así pudo llevar la concha ante el señor de esas tierras. El señor se quedó muy impresionado:
– Estoy orgulloso de tener gente tan inteligente como tú en mis tierras. ¿Cómo es que eres tan sabio? – le preguntó el señor.
El joven decidió contestarle toda la verdad:
– Veréis señor, debo ser sincero. Yo debería haber abandonado a mi padre porqué ya era mayor, pero me dio pena y no lo hice. Las tareas que nos encomendó eran tan difíciles que solo se me ocurrió preguntar a mi padre. Él me explicó cómo debía hacerlo y yo os he traído los resultados.
Cuando el señor escuchó toda la historia, se quedó impresionado y se dio cuenta de la sabiduría de las personas mayores. Por eso se levantó y dijo:
– Este campesino y su padre me han demostrado el valor de las personas mayores. Debemos tenerles respeto y por eso, a partir de ahora, ningún anciano deberá ser abandonado.
Y a partir de entonces les ancianos del pueblo continuaron viviendo con sus familias aunque cumplieran sesenta años, ayudándolos con la sabiduría que habían acumulado a lo largo de toda su vida.
Yosaku y el pájaro mágico

CONOCE la historia de Yosaku, un joven pobre y bondadoso que recibe una misteriosa sorpresa. Pero hay secretos que rompen la magia si se descubren.
Hace muchos años, en Japón, había un joven muy pobre que vivía en una casita en medio de un gran bosque. Se llamaba Yosaku y se ganaba la vida recogiendo leña de la montaña para después venderla en la ciudad.
Un día que nevaba y hacía mucho frío, Yosaku salió como siempre de su casa para vender la leña en el mercado. Con lo que le dieron por la leña, se compró la comida para aquel día. De regreso a casa, oyó unos sonidos muy extraños. Al acercarse, descubrió un pájaro que estaba prisionero en una trampa.
– Pobre pájaro – pensó. Voy a ayudarlo a librarse de la trampa. Está sufriendo mucho.
Lo liberó de la trampa y el pájaro alzó el vuelo con gran alegría. Yosaku sonrió satisfecho y siguió su camino hacia casa. Había empezado a nevar y hacía mucho frío.
Una vez en casa y mientras encendía la chimenea, llamaron a la puerta. Yosaku no tenía ni idea de quién podía ser.
¡Qué sorpresa! Cuando abrió la puerta vio una joven preciosa, que estaba tiritando de frío. Yosaku le dijo:
– Pasa y caliéntate.
La joven explicó a Yokaku que se dirigía a visitar a un familiar que vivía cerca de allí.
– Ya es de noche- dijo Yosaku mientras miraba por la ventana.
– ¿Sí? contestó la joven. ¿Dejarías que me quedara a dormir esta noche aquí?, preguntó
– Me gustaría, de veras, Pero soy pobre y no tengo cama ni nada para comer.
– No me hace falta, contestó la joven
– Entonces, puedes quedarte, dijo Yosaku
Durante la noche, la joven hizo todas las faenas de la casa. Cuando Yosaku se despertó la mañana siguiente se puso muy contento al ver todo tan limpio.
Continuó nevando sin parar un día tras otro y la joven le preguntó: – ¿Puedo quedarme hasta que deje de nevar?
– Por supuesto que sí, contestó Yosaku
Pasaban los días y no paraba de nevar. Yosaku y la joven se hicieron muy amigos y poco a poco se fueron enamorando. Un día ella le preguntó:
– ¿Quieres casarte conmigo? Así siempre estaremos juntos
– Sí, contestó Yosaku.¡Acepto!
– A partir de ahora me puedes llamar Otsuru- dijo la joven
Después de casarse, Otsuru trabajaba y ayudaba mucho a su marido. Yosaku estaba muy feliz.
Un día, cuando Yosaku iba a salir a vender la leña, Otsuru le pidió que le comprara hilos de seda de colores. Iba a tejer. Mientras su marido iba al mercado a vender la leña y le compraba los hilos, Otsuru se quedó en casa preparando el telar para tejer. Cuando Yosaku, Otsuru se encerró en una habitación y le pidió que no entrara mientras ella trabajaba.
Otsuru pasó tres días tejiendo sin salir de la habitación y no comía ni dormía. Cuando acabó de tejer salió de la habitación e inmediatamente le enseñó a Yosaku el tejido que había hecho. Yosaku quedó maravillado. Era un tejido fino y delicado que combinaba colores y tonalidades de una manera increíble. Parecía imposible que unas manos fuesen capaces de crear un tejido de esa belleza.
– ¡Qué tejido tan bonito! ¡Es una maravilla! ? exclamó Yosaku
– Podrías venderlo en la ciudad y sacarías mucho dinero- le dijo Otsuru
Yosaku fue a la ciudad ofreciendo a los señores ricos el precioso tejido. El rey, que paseaba por el mercado, vio el tejido y lo quiso comprar. Le ofreció mucho dinero a Yosaku, que volvió a casa muy contento y le dio las gracias a su esposa. Le dijo que el rey quería más tejido de aquél.
– No te preocupes- dijo Otsuru,- Ahora mismo me pongo a tejer más.
Esta vez también tardó cuatro días en tejer y estuvo sin comer ni dormir. Estaba muy débil cuando salió de la habitación.
Ella le dijo:
– Ya lo he acabado pero es la última vez que lo hago
– sí, sí – dijo Yosaku. No quiero que enfermes de tanto trabajar.
Yosaku llevó el tejido al rey quién le pagó muy bien. Cuando el rey miró la pieza dijo:
– Necesitaré más para el kimono de la princesa
Yosaku le explicó que era la última pieza que vendía, que era imposible que se hiciera más. Pero el rey amenazó con degollarlo si no le vendía más tejido. Así que Yosaku tuvo que ceder a la fuerza.
Cuando llegó a casa, Yosaku le explicó lo que había ocurrido a Otsuru y le pidió que por favor tejiera una vez más otra pieza. Otsuru aceptó el encargo y se metió en la habitación a tejer como las otras veces. Pero pasaron los días y Otsuru no salía de la habitación. Yosaku estaba muy preocupado por Otsuru, que estaba débil y delgada pero trabajaba sin parar. Como no podía entrar en la habitación, cada día se inquietaba más. Pero un día Yosaku no pudo resistirlo y decidió entrar en la habitación para ver como estaba su esposa. Y entonces vio una cosa sorprendente: un precioso pájaro que tejía con sus propias alas. El pájaro se giró y al ver a Yosaku empezó a cambiar de forma y se transformó en Otsuru. Yosaku no podía creer lo que veían sus ojos.
– ¡Has descubierto mi secreto! ? exclamó. ? Yo soy el pájaro que un día ayudaste a librarse de la trampa?..- dijo entre sollozos
Yosaku se había quedado sin habla
– Pero ahora que has descubierto mi secreto, me tendré que ir ? dijo. Y cuando había acabado de decirlo, Otsuru se transformó otra vez en el pájaro y salió volando por la ventana.
Yosaku empezó entonces a gritar llorando:
– Espera, vuelve por favor, vuelve!!!!!!
Pero el pájaro ya había alzado el vuelo y se alejaba emitiendo sonidos tristes.
La naturaleza del tigre

HAY un cuento que habla de tenacidad. De trabajo duro y constante. Es La historia del pintor japonés.
Un rico comerciante encargó a un pintor famoso que le pintara un cuadro de un tigre y que fuera un tigre verdaderamente real. Pasaba el tiempo y no había noticias del cuadro. Tan impaciente estaba ya el hombre que ya no pudo aguantar más y fue a visitar al artista. El pintor le rogó que tuviera la cortesía de esperar un poco, porque se lo iba a hacer en un momento. Y en efecto, trazó magistralmente la bella estampa de un tigre saltando sobre una presa con prodigiosa agilidad…
-¡Una obra maestra y realizada en tan escaso tiempo, es asombroso! ¿Y cuál es su precio?
El artista solicitó una suma cuantiosa. El comerciante, por su parte, estaba perplejo y muy indignado.
-¿Tanto tiempo esperando y tanto dinero por un rato de trabajo?
Como única respuesta aquel pintor le pasó al gabinete y le mostró docenas de bocetos de tigres en todas las posturas, tamaños y colores imaginables. Con una sonrisa le explicó:
-Durante largos meses he trabajado día y noche en estos diseños para identificarme con la naturaleza del tigre y alcanzar así la destreza necesaria para pintarlo en cualquier actitud en pocos minutos. Ahora, pues, he de recibir el precio de mis largos ensayos.
Las sandalias de madera mágicas

HACE mucho tiempo, un joven, cuya madre había caído enferma, se vio en la necesidad de conseguir una gran suma de dinero para poder cuidarla. No tuvo otro remedio que pedírselo prestado al señor más rico del pueblo. Pero, por más que trabajaba, al joven le era imposible poder devolver el préstamo, y además, su madre empeoró de su enfermedad y nuestro protagonista tuvo que pedir más dinero aún al rico señor.
Éste se enfadó y le dijo:
»¿Qué estás diciendo? Ya te presté dinero antes y no me lo has devuelto. He esperado demasiado tiempo a que me devolvieras mi dinero ¿y ahora me pides más? ¡No vuelvas por aquí hasta que no saldes tu deuda!»
Aquel joven, que quería curar a su madre como fuera, al no haber logrado que el rico señor le prestara más dinero, no se atrevió a volver a casa, y pasó largo rato vagando por el bosque. Entonces, de repente, apareció un misterioso anciano en mitad del camino.
»Buenos días», saludó el anciano al pobre joven. Éste, sobresaltado, le respondió:
»Oh, discúlpeme. No le había visto.»
bY continuó caminando. El anciano le dijo sonriendo:
«¿Te importa que camine contigo? Hay algo que quiero contarte que seguro que te interesará mucho». Y comenzó a andar junto a él.
Al cabo de un tiempo, cuando se disponía a despedirse, el anciano le dijo al joven:
«Estás pasando por momentos difíciles, ¿verdad? Toma estas sandalias de madera (下駄 geta), cálzatelas y tropieza con ellas, ya verás lo que sucede.»
El joven se calzó las sandalias y tropezó con ellas, y ante su sorpresa, al instante comenzó a brotar de la nada un montón de dinero.
«Puedes repetir esto varias veces, pero si tropiezas demasiado, empezarás a encoger. Ten mucho cuidado.»
El joven volvió a casa, y tal como le había dicho el anciano, se calzó las sandalias y tropezó, y de nuevo empezó a brotar dinero. Tras repetirlo algunas veces, reunió suficiente dinero para poder curar a su madre y devolver el préstamo. Entonces, recordó las palabras del anciano y dejó de utilizar las sandalias.
Cuando el joven fue a devolver su préstamo, el rico señor quiso saber cómo había conseguido tanto dinero, y el joven le contó la historia de las sandalias de madera mágicas, que hacían brotar dinero de la nada. El señor insistió muchísimo en que se las prestara, algo a lo que el joven accedió.
Muy contento, el señor se calzó las sandalias y se dirigió a la habitación contigua. Desde esa habitación empezó a oirse el incesante ruido de las caídas, «pataplam, pataplam», acompañado del sonido de las monedas, «cling, cling». Pero al cabo de un tiempo, ya sólo se oía este último sonido.
El joven, extrañado, se asomó para ver qué sucedía. Allí, sentado, en lo alto de una enorme montaña de dinero, estaba el rico señor convertido en un bebé, en castigo a la avaricia de haber tropezado demasiadas veces.
La grulla agradecida

HACE mucho tiempo, un joven vivía solo en una casita al lado del bosque. Cierto día de invierno que había nevado mucho, mientras volvía a casa, el joven oyó un extraño ruido, que parecía provenir de un campo lejano. Se acercó hasta allí, y descubrió que el ruido eran los quejidos de dolor de una grulla (鶴 tsuru) que estaba tumbada sobre la nieve, con una flecha clavada en una de sus alas. El joven se compadeció del pobre animal, y con mucho cuidado, le arrancó la flecha. El ave, ya libre, voló hacia el cielo y desapareció.
El joven volvió a casa. Su vida era solitaria, triste y muy pobre, apenas tenía dinero para poder comer, y se sentía muy solo porque nadie le visitaba nunca. Pero de repente, esa misma noche, alguien llamó a la puerta.
»¿Quién será, a estas horas y con una nevada así?», pensó el joven. Y cuál no fue su sorpresa cuando, al abrir la puerta, se encontró a una joven y preciosa muchacha, que le dijo que se había perdido a causa de la intensa nevada y le pidió que le permitiera descansar y pasar la noche en su casa. Él, naturalmente, aceptó encantado, y la muchacha se quedó hasta el amanecer, y también todo el día siguiente. Era una jovencita tan hermosa, tan dulce y tan humilde, que nuestro protagonista se enamoró de ella y le pidió que se convirtiera en su esposa.
Ambos jóvenes se casaron y vivieron felices, a pesar de su pobreza. Hasta los vecinos se alegraron mucho de verles a los dos tan contentos. Pero el tiempo vuela, y pronto volvió a llegar otro crudo invierno. El joven y su mujer, tan pobres como eran, se encontraron una vez más sin comida y sin dinero. Cierto día la mujer le dijo:
- Yo sé tejer bien y puedo confeccionar hermosas telas. Es posible que las puedas vender por un buen precio en el mercado del pueblo y que con eso consigamos dinero para vivir.
Su marido aceptó, y le construyó él mismo un telar en la parte trasera de la casa. Antes de empezar su trabajo, la joven le rogó que le prometiera no entrar nunca en aquel cuarto durante el tiempo que ella estuviera trabajando. Él se lo prometió, y durante tres días con sus tres noches, sin salir de la habitación en ningún momento, la joven trabajó sin descanso hasta terminar una preciosa tela, que su esposo, efectivamente, logró vender por un buen precio en el mercado del pueblo.
Con el dinero de esta venta, el joven matrimonio pudo sobrevivir durante varias semanas, pero pronto se les terminó y volvieron a encontrarse en la pobreza, en medio de aquel durísimo invierno que aún no había acabado. Así que otra vez se metió la mujer en el telar, y de nuevo se pasó varias noches confeccionando otro tejido, tras haberle vuelto a prometer su marido que no entraría en el cuarto mientras ella trabajaba.
Esta vez fueron cuatro días los que la joven se pasó encerrada en el telar trabajando ininterrumpidamente, al cabo de los cuales, la mujer había confeccionado un tejido más hermoso y fino aún que el anterior. Tan maravilloso era, que con el precio de su venta el joven matrimonio logró dinero suficiente para sobrevivir durante el resto del invierno y todo el año siguiente.
Desgraciadamente, esta seguridad para el futuro empezó a despertar sentimientos de avaricia en el joven. Movido por los deseos de conseguir más dinero, y por la insistencia de sus vecinos, que le preguntaban cómo era posible que su mujer tejiera tan bien sin salir nunca a comprar hilo, le pidió una y otra vez que volviera al telar y confeccionara un tercer tejido. Ella al principio se negó, porque pensaba que ya tenían suficiente dinero para vivir y no era necesario que siguiera tejiendo, pero el joven siguió insistiéndole hasta que finalmente ella accedió. Así que de nuevo se metió en la habitación del telar dispuesta a confeccionar el nuevo tejido, no sin antes recordarle a su marido la promesa de no entrar mientras ella estuviera ocupada.
Pero esta vez, el joven, llevado por su curiosidad, decidió incumplir su promesa, y abrió la puerta del telar. La sorpresa que se llevó al ver lo que sucedía fue tan grande, que dejó escapar un grito. Allí, manejando el telar, no estaba su mujer, sino una blanca grulla que confeccionaba el tejido con sus propias plumas, que ella misma se iba arrancando. Al oír gritar al joven, la grulla dejó de trabajar e inmediatamente se metamorfoseó en la misma joven y hermosa muchacha con la que él se había casado.
- Yo soy la grulla a la que tú ayudaste aquel día, explicó el ave -, y quería mostrarte mi agradecimiento convirtiéndome en tu mujer y ayudándote a salir de la pobreza, sacrificando para ello las plumas de mi propio cuerpo, con las que hacía estas telas que te han dado tanto dinero para vivir. Pero ahora que has descubierto mi secreto, ya no puedo seguir aquí, así que me voy para siempre.
- No te vayas – suplicó el joven -. Perdóname, por favor, tú vales más para mi que todo el dinero del mundo. Quédate conmigo, te lo ruego.
Pero a pesar de sus ruegos, ya no había remedio. La joven volvió a metamorfosearse en grulla, y levantando el vuelo, se fue para no volver jamás.
Fuente: http://serpo.jimdo.com/cuentos-japoneses/