por magdalena
Creo que tener buen humor es una de las cosas que más se agradece en los demás y es una de las cualidades que hace agradable la propia existencia. Aprender a diferenciar cuando las cosas merecen toda nuestra seriedad y cuando podemos reirnos de ellas es una habilidad que da gusto tener y, aunque creo que se va aprendiendo un poco solo, yo trato de fomentar instancias chistosas con mis hijas para aprovechar de reírnos lo más posible y que así desarrollen este tipo de inteligencia.
Creo que las que más me han motivado en esto han sido la profesora del colegio de mi hija mayor y una compañera de oficina. Recuerdo claramente cuando en una de las primeras reuniones de apoderados nos explicaron lo bueno que era para el desarrollo cerebral a veces descolocar a los niños con cosas un poco ridículas, por ejemplo entrar a la sala caminando al revés y haciéndose la muda. Así los niños descubrían qué estaba mal mientras se mataban de la risa. También mi compañera de oficina me contó que ella siempre le hace bromas a sus hijos – tienen 8 y 9 años – se pone pelucas, un zapato diferente del otro, se pone bata de levantarse en vez del abrigo cuando van a salir y muchos otros ejemplos sencillos que hacen a sus hijos se reír a carcajadas y que le pidan que haga más locuras.
Yo adoro este tipo de diversión. Es tan sencilla y creo que, además de ser buena para el desarrollo, es buena para generar grandes recuerdos de infancia. Además no es necesario esperar que los niños tengan una edad determinada para empezar a bromear, porque según alguna vez escuché, el sentido del humor comienza a desarrollarse cuando todavía son muy chiquititos – mal que mal sonreír es una de las primeras cosas que aprenden – entonces sólo hay que lanzarse a jugar.
Link foto: G & A Sattler